ALMENDRICOS - GUADIX
¡UNIDOS POR FERROCARRIL!
AVISO
IMPORTANTE: El texto que sigue a continuación lo escribí de una tacada en el
otoño de 1989, y con él pretendía dar cuenta de la marcha realizada a través de
la vía férrea que comunicaba las localidades de Almendricos con Guadix,
clausurada hacía poco por una nefasta decisión política. A los que realizamos
tal marcha nos movía, ciertamente, la protesta explícita por el cierre de la
línea y la consecuente reivindicación de su apertura. Dicho lo cual, al
escribirlo, no pude dejar de darle un sesgo subjetivo y poner de relieve
sentimientos que me transportaban a mi infancia. Manifestando que, sin faltar a
la verdad de los hechos, lo he retocado infiriéndole pequeñas modificaciones
para darlo a los caminos ubicuos de Internet, me hago responsable de las
opiniones que en él se vierten. Sin embargo, y a lo que vengo, no puedo asumir
responsabilidad alguna acerca de las diversas instrumentalizaciones del mismo
que, ajenas a mi voluntad, se hayan hecho o se pudieran hacer en aras de ideologías
que escapan —y escapaban— al momento y a las motivaciones iniciales por las que
fue escrito, las que ni acepto ni comparto.
TRAMO SEXTO
A
la mañana siguiente nos encontramos perros. Debe ser por el reblandecimiento
cerebral que hemos sufrido durante los tres días de intensa marcha. Por eso
decidimos tomar un taxi hasta El Hijate. Desde Serón —cuya estación, por
cierto, se haya tapiada como buena medida contra el saqueo— hasta El Hijate hay
un buen tramo de subida, y seguir andando entre los dos renglones que tomamos
en un principio como guías no nos apetece, hoy no. Vivimos en tiempos
civilizados y la edad de piedra hace milenios que acabó.
El
taxi nos lleva hasta la estación de El Hijate. Cambia el paisaje; atrás queda
la grandeza de Los Filabres y la dura belleza de la cuenca del Almanzora, y
ahora nos encontramos ante una extensión esteparia, campos de cereal, rastrojos,
nos rodean. Una particularidad tiene este pequeño pueblo para lo que a nosotros
nos atañe: La línea invisible de las demarcaciones políticas separa su
estación, que pertenece a Granada, de su centro urbano, que se queda en
Almería.
Son
15 Km. de estepa los que separan la estación de El Hijate de la de Caniles, así
que cuando divisamos la chimenea de la fábrica de azúcar cabe ésta última se
nos alegra el pecho. Se hace necesaria la toma de resuello. Durante el descanso
tenemos la grata visita de un rebaño, mezcla de lanar y cabrío, que a su paso
adorna de cagarrutas el andén de la estación; bueno, esto es un decir, porque
lo que hace es sumar nuevas cagarrutas a las que ya había. Hacemos fotos del
acontecimiento: el ganado que transita indiferente por una estación solitaria
por donde ya no pasan los trenes. Poco después, a la sombra de una morera,
consultamos unos libros de Registro que hemos encontrado esparcidos por el
suelo de las dependencias de la estación.
Caniles
se encuentra situado entre dos ríos, el Galopón y el Gallego, por lo que, a
partir de este momento, se abre ante nuestros ojos la verdura de la huerta
propiciada por la depresión orográfica en la que nos adentran los raíles. La
olla de Baza es un oasis de descanso donde arraigan árboles frutales y
hortalizas, protegidos del frío que azota sus límites exteriores.
Baza
es una ciudad con historia, salpicada de numerosos vestigios árabes que a poco
que nos preocupemos saltan a la vista. Mas no es nuestro propósito describir
los monumentos de las ciudades por las que pasamos, sino que pretendemos tan
sólo dar referencia de nuestro viaje. Unos cuantos kilómetros antes de la
estación desplegamos la pancarta para que todo el mundo con quien el azar nos
haga tropezar tenga el placer de contemplarla, y de esta guisa, pancarta al
viento, nos dejamos caer en la estación en pleno siestorro. Agradecemos las
atenciones que tienen con nosotros la familia que la habita —gracias a la cual,
lo que amenazaba ruina, se conserva en buen estado—, y sentimos ganas de
detenernos más tiempo del preciso, pero no nos mueven las intenciones
turísticas... ¡Una lástima! Llegados a Guadix nos enteramos de que Radio Baza
intentó entrevistarnos, pero nosotros ya seguíamos camino. ¡No pudo ser! Aun
así son numerosas las personas con las que hablamos en la estación —punto de
reunión de las gentes— que se solidarizan con nosotros. Pensamos que por ellos,
y por la inmensa mayoría de las personas de las poblaciones de las que se les
ha privado de ferrocarril, merecía la pena este viaje.
![]() |
Por Baza, en pleno siestorro |
A partir de Baza, que fue
un enclave ferroviario de primer orden, comienza otra zona ferroviaria; nos
acompañará ahora la nueva numeración kilométrica dependiente de otra
demarcación administrativa.
Sin
embargo, en Serón, muy de mañana, nos habíamos levantado perros, ya lo he dicho
antes, y a pesar de los loables propósitos que nos mueven, al poco de enfilar
las vías y teniendo en lontananza el pueblo de Zújar, en la falda suroeste del
impresionante Jabalcón, alguien de nosotros sugiere que deberíamos hacer, si
por la mañana ya la hicimos, otra pequeña trampa. La soledad de estos campos es
pasmosa. Zújar, en la distancia, se ofrece a la vista como un bonito
espectáculo; parece una miniatura, tal vez un belén, de casitas blancas con
ojos que contrastan con los amarillos de las tierras circundantes o el
verde-gris de su vega de olivos. Allí pretendemos hacer noche, pero la villa
dista de su estación unos cuantos kilómetros —quizá por esta circunstancia fue
una de las que primero cerraron— y no nos apetece multiplicar por dos el
recorrido que tenemos que hacer. De verdad, en esta cuarta jornada de la marcha
nos sentimos cansados; a pesar de la belleza que se nos ofrece, no nos apetece
ir hacia allá. A nuestra izquierda, la sierra de Baza, su soledad; en dirección
noroeste el Jabalcón —más allá de él azulean las estribaciones de la sierra de
Cazorla y, un poco desplazada a la derecha, la uña de La Sagra—; enfrente
Sierra Nevada, las cumbres blancas de El
Veleta. Cae la tarde, el sol declina; reina el silencio solo, y presentimos
que éste también señorea, aun sin verlas, entre las pintadas mudas que
engalanan los muros de la estación de Zújar-Freila.
En
un momento dado, nos vemos subidos en un taxi. Le pedimos al taxista que nos
lleve hasta la estación de El Baúl. Tal decisión nos impide cruzar un larguísimo
túnel de más de un kilómetro de longitud; nos quedaremos por siempre con las
ganas de realizar tal hazaña.
El
taxista es parlanchín. Sabe quiénes somos; los ecos de la aventura se han
extendido por las poblaciones de la línea férrea — la prensa y la radio dan
noticia y cascan qué da gusto—. Es vox
populi que unos individuos realizan el antiguo trayecto ferroviario a pie,
salta la noticia de lengua en lengua. Nos dice el taxista que antes de dejarnos
en El Baúl nos va a enseñar un puente mágico. Quiere que registremos en nuestra
memoria tal particularidad por si algún día decidimos relatar nuestra aventura.
En
la nacional 342, en dirección de Baza a Guadix, hay un desvío hacia El Baúl. El
taxista lo toma y pronto llega a un puente que cruza por alto las vías del
ferrocarril —desde el punto de vista ferroviario, es un paso elevado—. El
taxista hace sus preámbulos misteriosos y nos dice que tal fenómeno nadie ha
logrado explicarlo hasta la fecha; la magia hay que experimentarla in situ. Justo mismo desde donde arranca
la pendiente deja el coche en punto muerto. El automóvil comienza a subir solo;
el taxista nos dice que miremos sus pies, no tocan el embrague. Sube solo. Es
algo asombroso, pero no hay truco. No hay truco. Ya en el otro lado, el taxista
nos confirma tal magia. Frena el coche y nos pide que nos cercioremos de que
está en punto muerto, éste entonces comienza a recular hacia atrás como si una
extraña fuerza lo atrajera...
(continuará...)
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Jesús
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